Antoine de Saint-Exupéry, el famoso autor de Le Petit Prince, expresó que «Debemos poner la inteligencia al servicio del amor, si queremos un mundo de paz y de justicia». Y es verdad. Es verdad porque la función principal de la inteligencia no es conocer, sino alcanzar la felicidad y la dignidad. En este sentido, la moral hay que considerarla como el desarrollo más decisivo de la inteligencia, como una necesaria creación de la inteligencia. Por consiguiente, podemos definir la moral como el conjunto de soluciones más inteligentes que se nos ha ocurrido para resolver problemas que afectan a nuestra felicidad personal y a la propia convivencia.
El correlato de esta realidad, como sabéis, tiene su origen en el Psiquismo divino partiendo como fascículo de luz, como mónada celeste rumbo a la infinitud; todo un proceso de desenvolvimiento de fuerzas vitales en el principio inteligente que dieron origen a los instintos, a las sensaciones, a las emociones, a los sentimientos y en el estadio actual de la humanidad a la razón, encontrándonos ahora en avance a la intuición, rumbo a la angelitud, por la plenitud del amor. Afirmamos, con la doctrina espírita, que la moral es, pues, una forzosidad, una necesidad exigida por la propia naturaleza, por el desarrollo antropo-socio-psicológico del ser humano. Ver surgir la moral en este transcurso equivale a ver surgir al hombre del animal, esto es, la humanización del principio inteligente del universo.