Hijos, todo trabajo es santo, con todo, es forzoso no olvidar la santidad mayor del trabajo de sacrificio en la exaltación del bien:
cuando todo parece obstáculo infranqueable;
cuando la dificultad económica nos agota las ultimas energías;
cuando la enfermedad parece eliminarnos todas las fuerzas;
cuando la soledad nos envuelve en su manto imponderable de ceniza;
cuando la calumnia nos hiere, severo, amenazando derrumbarnos el corazón;
cuando la mayoría de los compañeros nos extiende la hiel de la duda a cambio de nuestras esperanzas más bellas;
cuando la tentación nos rodea el espíritu necesitado de seguridad, ofreciendo ventajas materiales a costa de nuestra deserción del deber a cumplir;
cuando el desánimo, por frio doloroso, busca entorpecernos las fibras más íntimas;
cuando la cárcel de nuestras pruebas se levanta, aflictiva, puertas a dentro de nuestra propia casa, aprisionándonos en desmesurado sufrimiento moral…
En esos minutos supremos, es preciso trabajar más confiándonos a la Bendición Divina, que brilla, infatigable, en el Trabajo Mayor.
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Trabajar, sí, porque es trabajando en el bien de todos que secaremos las propias lágrimas y venceremos las propias debilidades, de manera que todo mal nos olvide, por invulnerables a las arremetidas de la sombra.
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Hijos, no os dejéis abatir delante de la lucha. El apostolado de la redención incluye todos los dolores.
Acordémonos de que, perseguido y tentado, Jesús trabajó siempre…
Aun incluso en la cruz, delante de la muerte, trabajó en la obra del perdón sin límites. Y no nos olvidemos de que es por el trabajo que podremos responder a la Divina Llamada que, desde hace muchos siglos, fluye de la Divina Palabra:
“- Se fiel y te daré la corona de la vida,”
Batuíra
Médium Francisco Cándido Xavier
Del libro “Paz y renovación”
Traducido por Jacob