
En nuestras relaciones habituales con César – simbolizando el gobierno político – no nos olvidemos que el mundo es de Dios y no de César, a fin de que no seamos parásitos en la organización social en la que fuimos llamados a vivir.
Muchos se creen plenamente exonerados de cualquier obligación para con el poder administrativo de la Tierra, simplemente porque, cierto día, pagaron a la maquinaria gubernamental que les dirige los impuestos de estilo, exigiéndole a cambio servicios sacrificantes por largo tiempo. Es justo no olvidar que somos de Dios y no de César y que César no dispone de medios para sustituir junto a nosotros la asistencia de Dios. Por eso mismo, la Ley, expresando las determinaciones de lo Alto, cuenta con nuestra participación constante en el bien, si nos proponemos a alcanzar la victoria con el progreso real.
Examinando el asunto en estos términos, oigamos la voz del Señor que nos habla en la acústica de nuestra conciencia y procuremos la ejecución de nuestros deberes sin esperar que César nos visite con exigencias o aguijones.
El trabajo es reglamento de la vida y cultivémoslo con diligencia, utilizando los recursos que disponemos en la consolidación de lo mejor para todos los que nos rodean.
Auxiliar a los demás es una recomendación del Cielo y en razón de eso, auxiliemos siempre, sea amparando a un compañero infeliz, protegiendo una fuente amenazada por la sequía o plantando un árbol bienhechor que mañana hablará por nosotros al margen del camino.
Todos prestaremos cuentas a la Divina Providencia en cuanto a los bienes que nos son temporalmente prestados y, sin ningún constreñimiento de la autoridad humana, ejercitemos la comprensión y la bondad, la paciencia y la tolerancia, el optimismo y la fe, apagando los incendios de la rebelión o de la crítica donde estuvieren y estimulando, en todas partes, la plantación de valores susceptibles de establecer la armonía y la prosperidad en torno nuestro. No vale dar a César algunas monedas por año, cubriéndolo de acusaciones y reprobaciones, todos los días.
Donemos a Dios lo que es de Dios, ofreciendo lo mejor de nosotros mismos, en favor de los otros, y, de ese modo, César estará realmente habilitado a ampararnos y a servirnos, hoy y siempre, en nombre del Señor.
Espíritu Emmanuel
Médium Francisco Cândido Xavier
Extraído del libro «Dinero»