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El dogma de la reencarnación, dicen ciertas personas, no es nuevo; es una
resurrección de la metempsicosis de Pitágoras. Nunca hemos dicho que la
doctrina espiritista sea de moderna invención; siendo una de las leyes de la
naturaleza, el espiritismo debe haber existido desde el origen de los tiempos,
y siempre nos hemos esforzado en probar que de él se encuentran vestigio en la
más remota antigüedad.
Pitágoras,
como ya se sabe, no es autor del sistema de la metempsicosis, sino que lo tomó
de los filósofos indios y egipcios entre los cuales existía desde tiempo
inmemorial. La idea de la transmigración de las almas era, pues, una creencia vulgar,
admitida por los hombres más eminentes. ¿Cómo había llegado a ellos? ¿Por
revelación o por intuición? No lo sabemos; pero, como quiera que sea, una idea
que no tenga algún aspecto grave, no pasa a través de las edades, ni es
aceptada por las inteligencias superiores. La antigüedad de la doctrina es,
pues, más que una objeción, una prueba favorable. Hay, sin embargo, como igualmente
se sabe, entre la metempsicosis de los antiguos y la moderna doctrina de la
reencarnación, la gran diferencia de que los espíritus rechazan del modo más
absoluto la transmigración del hombre en los animales y viceversa.
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