Todos los domingos por la mañana veíamos un viejito en la puerta de la Federación Espírita del Estado de Goiás. Se quedaba allí, buscando conversación con uno y con otro. De hablar y de ropas simples, denotaba ser persona de pocos recursos financieros, pero su conversación agradable garantizaba la posesión de una noble personalidad, cultivada a lo largo de su existencia.
Cierto día, lo confundieron con un mendigo, y le sugirieron que buscase al personal de Promoción social de la Casa Espírita, él gentilmente mostró una sonrisa jovial y dijo:
– Gracias , pero yo no los necesito.