Guárdeos Dios, hermanos: Se me ha permitido venir a vosotros para referiros una fase de una vida mía, la cual dejó huella imperecedera entre la humanidad, porque los grandes acontecimientos de la tierra se perpetúan y se transmiten de generación en generación, cuando están basados en las verdades religiosas, científicas o artísticas. Sabéis que está decretado que el hombre muera y después sea juzgado, y yo pregunto: ¿Qué nos pasa a todos una o dos horas después de haber «muerto»? ¿Qué hace el espíritu? ¿Cómo se desenvuelve? ¿Cómo actúa para desembarazarse de la nebulosa que le envuelve y poder definirse a sí mismo? Vosotros y nosotros conocemos que esta situación varía en armonía con la conducta llevada a cabo en aquella encarnación. Os voy a contar la mía, si no os resulta insustancial y monótona.
—No, hermano, te oiremos con mucho gusto.
—Encarné en épocas turbulentas, confusiones políticas, enfrentamientos de ideas, anormalidades de gran volumen en las religiones. Predominaba por doquier la injusticia y la tiranía de los poderosos hacia los débiles.