Todas las religiones son acordes en cuanto al principio de la existencia del alma, sin que, no obstante, lo demuestren. No lo son, a pesar de eso, ni en cuanto a su origen, ni con relación a su pasado y a su futuro ni, principalmente, y eso es lo esencial, en cuanto a las condiciones de que depende su suerte venidera.
En su mayoría, ellas presentan, del futuro del alma, y lo imponen a la creencia de sus adeptos, un cuadro que solamente la fe ciega puede aceptar, visto que no soporta examen serio. Unido a sus dogmas, a las ideas que en los tiempos primitivos se hacían del mundo material y del mecanismo del Universo, el destino que ellas atribuyen al alma no se concilia con el estado actual de los conocimientos. No pudiendo, pues, sino perder con el examen y la discusión, las religiones creen más simple proscribir una y otra. De esas divergencias en lo tocante al futuro del hombre nacieron la duda y la incredulidad. Pero, la incredulidad da lugar a un penoso vacío.