El sufrimiento de la humanidad no se restringe tan solo a los seres encarnados, llamados vivos, sino también a los seres desencarnados, criaturas que se encuentran igualmente vivas en la espiritualidad, pues el pasaje de un plano para otro no se hace en un salto, sino en un proceso que tiene, para el alma, una connotación de continuidad.
Este pensamiento está de acuerdo con el mensaje de André Luiz, en el libro En el Mundo Mayor, cuando afirma:“Es inútil suponer que la muerte física ofrezca solución pacífica a los espíritus en extremo desequilibrio, que entregan el cuerpo a los desarreglos pasionales. La locura, en que se debaten, no procede de simples modificaciones del cerebro: dimana de la disociación de centros periespiríticos, lo que exige largos periodos de reparación”.