¡Qué dulce, qué hermoso título el de madre!… Me decía una señora, a la cual le dan tan bello nombre, a pesar de no pertenecer a ninguna congregación religiosa, ni haber faltado nunca a los deberes de toda mujer honrada. Margarita es madre… de los pobres, de los muchos desheredados que llegan a pedirle una limosna por amor de Dios y a contarle sus cuitas y penalidades.
-Sí, amiga mía -me decía Margarita-; ya sabes tú que mi destino ha sido bastante adverso; que las flores que yo he pisado se han convertido en cenizas; que las fuentes adonde he ido a calmar mi sed, se han agotado; que las almas buenas a quienes he pedido cariño, todas han sido ingratas para mí; pues bien, a pesar de tanta desventura, la felicidad me sonríe algunos momentos, cuando un desgraciado me dice: