Sin la existencia previa del alma, la doctrina del pecado original no sería solamente inconciliable con la justicia de Dios, que tornaría a todos los hombres responsables por la falta de uno solo, sería también un disparate, y tan menos justificable como, según esa doctrina, el alma no existía en la época a que se pretende hacer que su responsabilidad se remonte.
Con la existencia previa, el hombre trae, al renacer, el embrión de sus imperfecciones, de los defectos de que no se corrigió y que se traducen por los instintos naturales y por las inclinaciones para tal o cual vicio.