A la vera del Eurotas, la república de Esparta sentía la extensión de su grandeza. Licurgo, el legislador, había visitado las organizaciones de Egipto y de la India, y se había apropiado de sus gloriosos conocimientos. Habiendo hurtado, sin embargo, la cultura ajena, no se había detenido en el campo de la sabiduría. Patriota orgulloso, la convirtió en la base de su castillo de tiranía. Muy pronto recibían los espartanos determinaciones de vanidoso aislacionismo, bajo la máscara de la legalidad.
Se había instalado el socialismo nacional, con menosprecio de todos los valores humanos. El país fue dividido en parcelas de tierra, iguales entre sí, se creó un senado para que apoyase el absolutismo del poder, se instituyó rigurosa disciplina civil y militar, se obligó al pueblo a los almuerzos comunes y se estableció la obligatoriedad de las costumbres.