Queridos hermanos: Tengo la alegría y a la vez la satisfacción que experimenta mi alma, al ver que constantemente tenéis la misericordia y la caridad de acordaros de mí, pobre pavesa que vuela continuamente con rumbo indeciso y, en cambio, tengo seres que de mí se acuerdan.
Siempre que os ocupáis de mi alma me dais la sensación de vida que ansía mi espíritu. Me bautizasteis con el nombre siempre honorable de «El Abuelito», y al tener yo el placer innegable y la dicha latente en mi alma, no puedo por menos, hermanos en Cristo, que daros mi sincero agradecimiento, a la vez que la expresión íntima de mi alma, de mis deseos y de mis afinidades con vosotros.