La joven era muy bonita. Entró en el avión y comenzó a buscar con los ojos un lugar especial. Pocos pasajeros habían entrado y había muchos lugares vacíos. Ella parecía no estar satisfecha con el sillón que le fue previamente reservado. Finalmente, miró para un señor de cerca de cuarenta años, se aproximó y se sentó en el sillón a su lado.
Ella traía la amargura estampada en la cara y la soledad de su alma parecía expelerse por todos los poros. No pasaron muchos minutos y ella intentó entablar una conversación con el compañero de viaje. Al inicio, él se hizo esquivo pero, como ella insistía, él accedió y comenzaron una conversación que se prolongaría por dos horas de vuelo.