Jesús recomendó que el amor debe ser la piedra angular de todas las construcciones. Lo consideró el mandamiento mayor y sintetizó toda la Ley y los profetas en el amor al Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. En esa instrucción de aspecto triple está presente la totalidad de las realizaciones humanas, las ambiciones y metas. El amor a Dios significa el respeto y la acción preservadora de la vida en sus más variadas expresiones, del cual el ser llega a formar parte, íntegramente de él, consciente del conjunto cósmico. La responsabilidad ante la Naturaleza, sin agredirla ni despreciarla, antes bien, colaborando para su desarrollo y armonía, expresa el amor que contribuye a la obra divina y rinde homenaje a su Autor.
El amor al prójimo es consecuencia de aquel que se profesa al Progenitor; muestra la fraternidad que debe unir a todos, por ser Sus hijos dilectos que marchan de regreso a Su seno. Sin este sentimiento hacia su hermano, el ser se desorienta en la soledad y se debilita, perdiendo entusiasmo por las actividades esclarecedoras.