Bebes en el silencio de las lágrimas, el cáliz de la amargura a causa del hijo desobediente, y notas que en el corazón, el amor y el dolor palpitan juntos, sea en la exaltación o en las dificultades.
Decepcionada con los nódulos de indignidad que se insinúan en su carácter comprendes, en medio de tu llanto, que él ya no es la aparición celestial de los primeros días, de modo que cuando evalúas su debilidad incipiente sientes temor por la libertad que el tiempo ha de concederle para que construya su destino. Con el pretexto de quererlo, no te rindas a la actitud de la plaza tomada…