La paz del Señor nos acompañe. Queridos hermanos y hermanas:
Lo mismo que es obligado a los Jefes de Estado dar, en estas fechas, una alocución a sus ciudadanos, nosotros, que día a día os llevamos constantemente en nuestro pensamiento, nosotros que tenemos la dificilísima misión de mirar por vuestro destino, de guiaros por la senda tortuosa de la vida y daros la mano cuando vais a tropezar y caer, tenemos, moral y sentimentalmente, también esa obligación.
Nuestro cariño hacia vosotros no es paternal, es algo más. Es una cosa tan íntima en nosotros vuestro destino, decisiones y pensamientos, que podemos decir, que miramos, pensamos, sentimos y sufrimos todos a la vez. Nuestro gozo no tiene límites cuando vemos que seguís nuestros consejos y directrices, cuando, actuando ecuánimemente, progresáis en vuestro camino, y cuando irradiando pensamientos sanos, sublimes, desinteresados y luminosos, os hacéis más dignos del Padre excelso.