Un hacendado y rico y poderoso llamó con desesperación a nuestro hermano Antonio Francisco, quien pasaba en ese momento, a caballo, por los caminos de la estancia. Le explicó que se trataba de un caso muy grave que sólo podía ser resuelto en ese momento y en ese lugar, con la mayor urgencia.
Un indio trabajador de su estancia, tenía el pie atravesado por una cuña enorme de madera. Ardía de fiebre y sudaba de dolor.
Antonio Francisco llevaba en su maletín de mano solamente algunas gasas, algodón, yodo y ampollas de agua destilada. Ninguna inyección antitetánica, ninguna pinza, solamente un bisturí que no tenía filo.