Un minuto de cólera puede ser una invocación a las fuerzas tenebrosas del crimen, operando la ruptura de largas y avanzadas tareas que veníamos efectuando en la sementera del sacrificio. Por ese momento impensado, muchas veces, esposamos oscuros compromisos, descendiendo de la armonía a la perturbación y vagueando en los laberintos de la prueba por tiempo indeterminado a la procura de la necesaria reconciliación con la vida en nosotros mismos.
Por la brecha de la irritación, caemos sin percibirlo en los más bajos padrones vibratorios, arremetiendo, infelices e incontrolables, los rayos de la destrucción y de la muerte que, partiendo de nosotros para los otros, vuelven de los otros para nosotros, en forma de angustia y miseria, persecución y sufrimiento.