“Todos los que vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón sólo entra para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.” (Juan, X, 8-10).
La vida es una lucha tenaz, un caminar incesante para la realización del destino. El destino es la luz que, cuanto más nos aproximamos a ella, más ilumina y resalta los horizontes de la vida. La vida material tiene el naciente y el ocaso: nace con las caricias promisorias de la aurora; muere oculta en las tinieblas de la noche. ¡Y la vida nace y renace tantas veces como las arenas del mar y los átomos del aire!
En la Tierra imperan las alternativas: el día extiende su luminoso lienzo de gasa, iluminando, a los ojos humanos, las bellezas de la Naturaleza; la noche nubla las alegrías y las esperanzas con su manto tenebroso. En lo alto brillan las estrellas, pero aumentan las nubes; ahora, el aire derrama fluidos en los pétalos de las rosas y de los jazmines, perfumando la atmósfera; ahora, resuenan los rayos concentrando la savia de las plantas en el tallo trémulo de terror.
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