El hombre tiene la costumbre de ser muy indulgente consigo mismo; siempre encuentra medios para justificar su conducta, aunque esta no sea tan correcta como debe: siempre procura excusar sus defectos y atenuar sus faltas; tanto es así que, muy a menudo, se oye de labios de muchos, cuando se trata de inculcarles el Espiritismo, que dicen:
Yo no creo en nada, si sigo la corriente es para seguir a la mayoría, pero en materias de la otra vida creo que lo mejor es hacer el bien posible, y si hay algo después de la vida presente, nada malo me puede suceder; y estos hombres entienden que practican el bien, siendo padres correctos para sus hijos, no haciendo ningún mal, ni en su casa ni fuera de ella, pagando todas sus deudas y compromisos, y dando alguna limosna cuando les viene a bien. Estos hombres creen que así ya lo han hecho todo y que están preparados para cuando sean llamados a juicio. ¡Cuán engañados viven!